Las consecuencias de la guerra entre los excontras y los antiguos soldados sandinistas en Nicaragua se hacen más fuertes en la actualidad, se ha querido tapar con un parche lo que la mayoría de la población, incluidos soldados de ambos bandos, consideran que no valió la pena. Después de casi veinte años del conflicto los políticos se desentienden del tema, y las secuelas sólo la sufren el sector de la población que está más indefenso, la gente con menos recursos económicos, así como los soldados guiados por la violencia y que quedaron marcados por el odio de la guerra. El País publica hoy tres historias que atestiguan el antes y el después de un conflicto armado.
Berta Salinas
“Estuve en el Ejército sandinista. Reclutábamos a los jóvenes para el Servicio Militar Patriótico. Los agarrábamos hasta en los parques. Estaban enojados. Tenías que explicarles la necesidad de defender la Revolución. Claro que hubo barbaridades, morían hasta los perros. No me arrepiento de nada pero en vez de estudiar me dediqué a la guerra. Cuando me desmovilizaron no me dieron ni las gracias. Sólo un certificado de excombatiente. Soy madre soltera y tengo un hijo discapacitado porque estaba embarazada de un mes pero yo no lo sabía y me mandaron a una misión. Me cayó una bomba cerca y le dañó el cerebro. Mi hijo tiene ahora 24 años pero tampoco recibe ayuda. La guerra no mereció la pena. Solo se beneficiaron los políticos. Ahora trabajo en la limpieza de una universidad privada. Si no cambian las personas no cambia el país. Lo que tiene Ortega es que da migajas y los otros no dan nada. Mira más por el campesino y las esperas en los hospitales se han reducido, por eso vamos con Ortega".
Santiago Mejía
“Yo era el Comandante Solins pero antes era campesino. Me metí en la Contra a los 17 años. Si no nos poníamos de parte del Gobierno nos trataban como contrarrevolucionarios. A mi padre le llevaron preso y le quitaron la finca. En 1984 recibí entrenamiento en una base de Carolina del Norte. Estuve seis meses. Hice un curso para comandante para introducir tropas en Nicaragua y me hice paracaidista. Hice 18 saltos. Llegué a mandar a 500 hombres. Al principio fue muy duro. Yo no había disparado nunca. Luego uno se adapta a vivir en el lodo, a la experiencia de comando, comiendo lo que se encuentra en la montaña. La primeras carabinas llegaron de Argentina en 1981 y las botas eran de Guatemala. Había una organización de coroneles de Argentina, Guatemala, Honduras y El Salvador y Panamá que nos ayudaba. Pero los gringos son muy celosos y querían que renunciáramos a esa ayuda y tomáramos la suya. A partir de 1982, EE UU nos dio 70 millones de dólares y ayuda humanitaria y empezamos a tener bases. Se nos unían familias enteras y tuvimos que montar campos de refugiados. Cuando terminó la guerra, entregué el fusil y volví al campo. La finca de café estaba destrozada, no quedaba ni el ganado ni el techo. Mi familia se había ido a Honduras. La guerra no vale la pena. Nos matamos entre los mismos nicaragüenses. Hemos recibido más apoyo de este Gobierno que de los liberales. Daban 200 córdobas al mes de pensión y ahora 3.500. Lo de antes era una burla para los lisiados de guerra”
Eusebio Natividad
“Yo era de la Guardia Nacional de Somoza y fui de los que dio los primeros tiros. Fundamos la Resistencia en 1979 y a los ocho meses nos amontañamos. Éramos 450 hombres. Al principio peleábamos con garrotes y pistolas, luego con fusiles y botas que nos llegaban de Guatemala. Para 1982-1983 ya tuvimos instructores gringos, israelitas y nicaragüenses. Yo era el Comandante Danto, luché en Ciudad Antigua (al norte del país) y participé en 100 enfrentamientos, a veces teníamos cuatro al día. Una bala me dio en la cabeza y tengo el cuerpo lleno de metralla. Con los gringos, la CÍA y la cosa de los derechos humanos no podíamos hacer salvajadas. Cuando teníamos prisioneros les lavábamos el cerebro y se pasaban a nuestro bando. De los nuestros que caían en manos de ellos no volvíamos a saber más. A partir de 1982 no torturamos a nadie. Antes sí porque eran el enemigo. A partir de 1990 vino la desmovilización. Doña Violeta (Chamorro) vino a la escuela de entrenamiento y habló de paz. Unos querían y otros no. Y nos marchamos a casa. Algunos recibieron una finquita para vivir. Yo vivo en Villa Reconciliación (un barrio obrero de Managua) desde 1993. Estamos abandonados, de diez solo hay uno que reciba 1.000 córdobas al mes (menos de 100 dólares). Cuando estaba en la Contra nos daban un viático. Yo recibía 1.000 dólares cada seis meses. Fue una guerra entre nosotros mismos. Fue un desperdicio de nuestras vidas. Unos quedaron tuertos, otros rencos, otros sicoseados (con traumas psíquicos)."
No hay comentarios:
Publicar un comentario